lunes, 26 de octubre de 2015

Peronismo, populismo y pos-populismo: desafíos para el provenir de Argentina en el nuevo escenario político

Peronismo, república y pos-populismo: desafíos para el provenir de Argentina en el nuevo escenario político[1]

Por Leonardo G. Rodríguez Zoya


26 de octubre de 2015


Existe una leyenda narrada por Walter Benjamin a propósito del marxismo que quizás sirva de metáfora para reflexionar sobre las elecciones presidenciales de ayer. La leyenda dice así:
“Existe un artefacto diseñado para jugar al ajedrez que respondía perfectamente a cada movimiento de un oponente. Se trataba de una marioneta en atuendo turco y con un narguile en la boca, sentada a una mesa frente al tablero de ajedrez. Un sistema de espejos producía la ilusión de que la mesa era transparente por todos los lados. En realidad, un pequeño jorobado (maestro del ajedrez) estaba sentado bajo la mesa y dirigía la mano de la marioneta por medio de unos hilos. Podemos imaginar el equivalente filosófico de este dispositivo. La marioneta, llamada “materialismo histórico”, debe ganar todo el tiempo. Esta puede ser una partida fácil para aquél que se aliste en los servicios de la teología que hoy, como sabemos, no puede ya tomarse en serio”.



Reemplácese la palabra “materialismo histórico” por “kirchnerismo” y la analogía tiene plena vigencia. No porque este último se asemeje ideológicamente al primero, sino más bien porque en la concepción populista de poder, “la marioneta” (el líder –CFK-, el pueblo –la verdadera patria- y el movimiento –el FPV-) deben ganar todo el tiempo. Las lágrimas en el bunker de Scioli expresan el carácter dramático de los acontecimientos. Si la derrota electoral se viste de tragedia es porque en el populismo las categorías de “vencedor/vencido”, “amigo/enemigo”, “nosotros/ellos” son las grillas de inteligibilidad de una forma particular de comprender la democracia, la política y el poder en la cual el otro es alguien a derrotar que no merece nuestro respeto porque es el enemigo que atenta contra los verdaderos intereses del pueblo, de la nación y de la patria de la cual “la marioneta” es el verdadero representante y único intérprete.

Ayer la marioneta fue derrotada democráticamente porque no ganó en primera vuelta. Para el populismo y sus epígonos esto es un hecho trágico, y lo sería todavía más perder el ballotage, porque no hay lugar para la derrota. Desde su propia concepción de poder y de política la marioneta se encuentra ahora del otro lado de la dicotomía y ocupa el lugar del “ellos”, del “vencido”, del “enemigo”, y por lo tanto de todo lo que se opone a la patria, a la nación y al pueblo. En el populismo la derrota siempre corresponde al otro pero ahora ellos son el otro. Las lágrimas desconsoladas simbolizan el carácter trascendental que tiene una derrota electoral en el mundo político del populismo.

Hay que escapar del tremendismo trágico del populismo. Una evidencia se impone, la lógica política populista es una máquina eficiente para construir poder y conservarlo pero difícilmente puede germinar ahí la fraternidad – que junto con la igualdad y libertad- son los ideales al que ninguna comunidad política puede renunciar. La fraternidad no tiene que ver con eliminar las contradicciones de una sociedad – lo cual es imposible- y pretender lograr un entendimiento monolítico y sin fisuras –lo cual es un empobrecimiento del intelecto y de la vida en comunidad-; más bien la fraternidad tiene que ver con el hecho de estar juntos en esta tierra que es nuestra patria llamada Argentina. No es el paraíso prometido ni el infierno anunciado, es el lugar donde tenemos que aprender a organizar las diferencias para construir una comunidad de destino y darle sentido al futuro deseado. La fraternidad es unidad en la diversidad. El populismo es unidad sin fraternidad, una unidad unidimensional en la que la diferencia tiene que ser sometida y la diversidad disciplinada para construir una voluntad hegemónica: un Leviatán a partir de una mayoría de votos. La democracia populista encarna el riesgo visionario de Tocqueville: la tiranía de las mayorías. No hay lugar para la diferencia. El que piensa distinto es un otro a someter o un otro a despreciar. En el populismo el otro diferente es un ciudadano que sufre el ostracismo en su propia polis: los Qom en la avenida 9 de Julio.
La marioneta, organizadora hasta ayer de nuestra vida política, está herida y esto genera angustia e incertidumbre ¿Cómo será nuestro futuro si gana Macri en la segunda vuelta y cómo será si, tal como Pinocho mal herido, la marioneta agonizante sobrevive y Scioli triunfa?

La ciudadanía, el periodismo y la dirigencia política argentina parecen estar atrapadas en el juego del lenguaje de la marioneta, es decir, en las categorías de inteligibilidad que propone el discurso del peronismo populista kirchnerista. En este juego, Macri ocupa perfectamente el lugar de la demoníaca derecha, del neoliberalismo, del mercado, del gorilismo anti-pueblo. Categorías demasiado simplificadoras para reflexionar sobre la complejidad de nuestra Argentina en las cuales nuestro sentido común parece estar engrilletado.

Si queremos imaginar un nuevo futuro para nuestro país necesitamos cambiar las categorías de nuestro pensamiento, es decir, inventar un juego del lenguaje distinto al que propone la marioneta. Lamentablemente, en la última década buena parte de los llamados intelectuales progresistas, pensadores críticos y académicos de las ciencias sociales estuvimos haciendo otra cosa: muchos aplaudiendo, otros en silencio, por miedo, indiferencia o comodidad. Si había incomodidad y crítica no pasaba de una charla de café. En muchas Universidades no sólo se generó un fiel gremio de aplaudidores convencidos sino que se trabajó activamente por ampliar y legitimar el juego de lenguaje de la marioneta y expandir su horizonte discursivo.

Una minoría quizás demasiado pequeña e invisible trabajó para crear ese nuevo lenguaje que hoy tanto necesitamos para reconstruir el pensamiento político argentino. Esa es la angustia que le genera al pensamiento la derrota de la marioneta y un eventual triunfo de Macri en segunda vuelta. Nos faltan categorías para pensar el futuro y trascender las dicotomías de vencedor/vencido; pueblo/anti-pueblo; peronismo/anti-peronismo; estado/mercado; izquierda/derecha; populismo/neoliberalismo; capitalismo/socialismo. Nuestra mente habita ese viejo juego del lenguaje. La dificultad de crear un nuevo lenguaje no es sólo una dificultad propia de Argentina, expresa la crisis intelectual de nuestro tiempo. No sólo la marioneta está herida, también lo está nuestro pensamiento. Reconstruir la República y regenerar el pensamiento son desafíos cruciales para el futuro que comienza a construirse y será decisivo para los próximos cien años de la Argentina. Desafíos demasiados intangibles para ser valorados en su plena importancia.

Si Macri le gana a Scioli en el ballotage no sólo la marioneta habrá sido derrotada, sino que al mismo tiempo se habrán roto los espejos que ocultaban al jorobado debajo de la mesa y éste será obligado a dejar su cómodo lugar de artífice invisible del futuro. El triunfo de Vidal en la provincia de Buenos Aires y la derrota de los así llamados barones del conurbano indican que algunos espejos ya están resquebrajados. La Argentina se encuentra ante una oportunidad histórica inédita en términos de reconstrucción de instituciones en una era pos-populista: que el jorobado disfrazado de peronismo salga de abajo de la mesa y se siente a jugar el ajedrez de la Democracia y respetar las reglas de la República: sin espejos ni marionetas. La idea de un peronismo pos-populista, democrático y republicano no es una necesidad histórica, sino una alternativa posible entre otras. Su realización es uno de los principales desafíos políticos de los próximos cuatro años.

En definitiva, la pregunta es qué hará el peronismo que ha probado su enorme capacidad de transformación y adaptación luego de la muerte de Perón. Desde 1983 hemos visto tres peronismos: la marioneta populista-neoliberal en su versión menemista; la marioneta populista-antiliberal, en su versión kirchnerista y la marioneta que siempre debe ganar, la de la oposición de Alfonsín y de los saqueos de 2001. La inquietud para nuestro futuro es si puede emerger un peronismo auto-crítico y reflexivo que incluso por su propio sentido de supervivencia interprete los nuevos tiempos. Se trataría de un peronismo republicano capaz de ser una oposición inteligente y responsable. Para esto el peronismo debería aceptar y aprender a ser un jugador más y dejar de ser la marioneta que siempre debe ganar.

La emergencia de este nuevo peronismo depende de tres cosas fundamentales: de las relaciones de poder dentro del campo peronista entre el Frente Renovador liderado por Massa, el peronismo clásico y el resabio del kirchnerismo. Dependerá también de la capacidad que tengan los actores políticos del arco no peronista (el PRO, la UCR, la izquierda, el progresismo, la coalición cívica, el socialismo y el resto del as fuerzas) para desarrollar un juego estratégico que condicione la adaptación del peronismo hacia una institucionalización más partidaria. Finalmente, de la construcción de una demanda ciudadana que exija al peronismo comportarse como un partido más. La emergencia de esta cuarta forma histórica de peronismo republicano sería una condición de posibilidad para que un eventual gobierno de Cambiemos complete los cuatro años de mandato presidencial hasta 2019. Sería un hecho inédito desde 1983 que fortalecería nuestra experiencia democrática y republicana.

Hay algo irremediablemente incómodo en esta coyuntura histórica para quienes se identifican con el progresismo y la centro-izquierda, una identidad política que puede definirse como democrática y republicana, igualitarista y no populista, políticamente liberal (defensa de las libertades individuales y del abuso de poder del Estado) y crítica del liberalismo económico. El progresismo así definido ha sido el principal derrotado de la contienda de ayer. Su derrota quedó eclipsada ante el escenario de segunda vuelta y la exigua diferencia entre Macri y Scioli. La derrota progresista, anticipada en la implosión de UNEN, no tiene el dramatismo de las lágrimas populistas en el bunker sciolista pero duele y mucho. La moral progresista está atrapada en una paradoja ingrata, debe elegir entre la Escila del resabio populista-kirchnerista representada por Scioli o la Caribdis del republicanismo y liberalismo económico encarnada en la coalición Cambiemos. El progresismo comparte con la matriz populista-peronista el ideal de justicia social y de redistribución del ingreso pero se aleja irremediablemente de ellos por la vocación no republicana del populismo. El progresismo se acerca a la colación Cambiemos en su aspecto republicano: defensa de la constitución e independencia de poderes -banderas históricas de la UCR- transparencia y honestidad -presentes en los valores de la Coalición Cívica-; y se aleja irremediablemente en el componente económico-liberal encarnado por el PRO.

Esta crisis del progresismo no se resume ni se reduce al fracaso de UNEN y la imposibilidad o incapacidad de construir una coalición electoral competitiva de centro-izquierda como alternativa de gobierno. Margarita es el quijote solitario que mantiene encendida una llama de esperanza en un viento huracanado agitado por el populismo y el liberalismo. La crisis del progresismo es una expresión de la crisis de pensamiento que atraviesa la civilización occidental. La afirmación puede parecer exagerada pero no lo es. No existe hoy una alternativa conceptual al populismo y al neoliberalismo. No existe un lenguaje ni un vocabulario para expresar esa tercera vía. Al socialismo le gustaría ocupar ese lugar pero no lo logra, no sólo en Argentina sino también en el mundo. La social democracia europea defiende como puede lo que queda del Estado de Bienestar. El nuevo socialismo del siglo XXI produce en América Latina una nueva barbarie en nombre de la revolución y la emancipación, de la cual todas las democracias populistas del continente han sido cómplices por su silencio.

La construcción de una alternativa intelectual, política y cultural al populismo y al neoliberalismo es el mayor desafío de nuestro tiempo. En este contexto, el progresismo es el nombre de una posibilidad que aún no existe pero que tenemos la responsabilidad de construir. No hay ni una filosofía política ni un movimiento político que exprese hoy la alternativa al populismo y al neoliberalismo. El progresismo es el nombre de un espacio de convergencia posible entre intelectuales críticos y dirigentes de centro-izquierda del socialismo, del radicalismo y del peronismo. Compete al progresismo construir en el terreno político e intelectual un nuevo lenguaje alternativo al populismo-peronista y al liberalismo económico, como grilla de inteligibilidad de nuestro presente y construcción de un futuro deseable.

Las ciencias sociales tienen una enorme responsabilidad política y moral en este trabajo, aunque daría la impresión que buena parte de ellas podría continuar demasiado entretenida con un trabajo de carpintería lingüística: reparar la dañada marioneta del kirchnerismo-populista. A las así llamadas ciencias sociales críticas y al intelectual progresista le ha costado una enormidad ejercer una crítica a los discursos que se revindican del pueblo, la revolución y la emancipación. Así, el pensamiento intelectual progresista ha quedado atrapado por decisión, incapacidad o comodidad en el juego del lenguaje del populismo, al cual ha nutrido y alimentado.

Los próximos 25 años serán cruciales para desarrollar un trabajo de construcción intelectual y política de una alternativa al populismo y al neoliberalismo. Cabe recordar que al neoliberalismo le costó más de 30 años convertirse en una alternativa de poder y hoy ejerce la hegemonía del sentido común en buenas partes del mundo. El neoliberalismo surgió en condiciones adversas y marginales: se gestó en el período de entre guerras con el coloquio Walter Lippmann en la década de 1930 en una época donde los totalitarismos Nazi y Soviético ejercían su hegemonía; luego se desarrolló como un proyecto intelectual y político-filosófico sistemático desde 1947 con la creación de la sociedad Mont Pelerin liderada por Von Hayek. Su maduración intelectual sucedió en la época de oro del capitalismo y del Estado de Bienestar: desde la posguerra hasta 1973. En ese momento, ser neoliberal era ser marginal. En el esplendor del capitalismo social nadie le hubiera dados chances de sobrevivir al neoliberalismo. Sin embargo, sucedió lo improbable, logró influir en los gobiernos de Pinochet en Chile (posiblemente el primer gobierno neoliberal de la historia) y luego en el de Thatcher en Inglaterra (1979) y Regan en Estados Unidos (1981). En la década de 1990 se hizo hegemonía política, económica y cultural, estimulada por el colapso de la Unión Soviética y la disolución del último gran relato de la Modernidad.

Si el totalitarismo y el Estado de Bienestar eran condiciones adversas para el desarrollo del neoliberalismo, hoy vivimos una situación similar. El populismo y el liberalismo económico son condiciones adversas para el desarrollo del progresismo. Allí se cierne nuestro más bello desafío, la capacidad de imaginar creativamente lo que aún no existe y trabajar de modo apasionado y estratégico para construirlo.

Es por esta razón que la moral progresista debería quitarle dramatismo a un eventual triunfo de Macri en las elecciones. Más aún, su triunfo puede constituir para el progresismo una oportunidad política sin precedentes en la historia de la Argentina reciente: construir una coalición de centro-izquierda competitiva para las elecciones presidenciales de 2019 teniendo como meta intermedia las legislativas de 2017. Es un escenario improbable pero posible. Ayer era aún más improbable que hoy ante un eventual triunfo de la marioneta-populista en primera vuelta. Eso no sucedió. El triunfo de Cambiemos en el ballotage brindan condiciones más favorables para afianzar el componente republicano de la democracia, vencer a la marioneta-populista, institucionalizar al peronismo como alternativa republicana de poder. No son cuestiones menores sino políticamente significativas y la moral progresista debería valorar el desbloqueo de estas condiciones de posibilidad inéditas.

En este contexto hay que reconocer una virtud política de Mauricio Macri: en la década de la implosión del sistema de partidos post-2001, con el colapso del radicalismo como alternativa de poder y el ascenso del populismo kirchernista como voluntad hegemónica, el PRO supo construir un partido que hoy, aliado con otras fuerzas, constituyó una coalición electoral competitiva capaz de ganar las elecciones y acceder al gobierno. Es algo loable y meritorio, difícil de imaginar hasta hace muy poco tiempo y que es necesario reconocer y valorar incluso cuando critiquemos la sustancia de su ideología. Evidentemente, la coalición Cambiemos se ubica en un espacio de centro derecha pero no por ello son los enemigos de la nación y los verdugos del pueblo. Nuestro sentido común tiene que salir de ese lugar cómodo y simplificador.

Además, el progresismo no debería infra valorar un hecho crucial: hay una diferencia sustantiva entre ser oposición en una democracia populista y en una democracia republicana y liberal. Si Cambiemos gana el ballotage, Argentina constituirá una novedad en América Latina en el siglo XXI: se habrá derrotado al populismo por vía democrática y se abre la oportunidad de regenerar la República.

En los próximos años no debemos olvidarnos de algo: la República Democrática no es un fin en sí mismo pero son las condiciones mínimas para construir la unidad en la diversidad. Sólo con la República y la Democracia no se come, no se educa ni se cura, pero República y Democracia es el marco mínimo para discutir y construir cómo queremos comer, educarnos y ser curados. La República Democrática es el único medio que disponemos para luchar por la libertad, la igualdad y la fraternidad de nuestra comunidad política. El populismo es una lógica política que no garantiza esas condiciones mínimas, porque no respeta la diversidad y la diferencia. Por eso, sencillamente por eso, es mejor una república que ninguna república.

La idea que Macri es la reencarnación de Menem es una caricatura del viejo juego del lenguaje populista. La imagen de Macri como personificación de la nueva derecha neo-liberal, cipaya y privatizadora es burda y simplificadora, conviene a Scioli y hubiese convenido a Massa pero no forma parte ya de nuestro presente. No parece haber hoy espacio para eso. Sencillamente porque 2015 no es 1990 y el neoliberalismo no está en su esplendor como en la época dorada del Consenso de Washington. Macri no recibe un cheque en blanco como si recibió Cristina en 2011. Para ser más exactos, Cambios se ubica en un espacio ideológico de centro derecha y propone una República liberal. Dentro de la coalición, el PRO expresa más bien una racionalidad tecnocrática desarrollista con una vocación de contacto directo con la ciudadanía en el nivel de la micro-política. El fantasma del menemismo es un espectro que no existe. Además, Cambiemos no tendrá una mayoría absoluta para imponer una voluntad hegemónica. La sinfonía del monólogo populista es reemplazada por el diálogo republicano en el cual habrá que construir consensos. Las legislativas del 2017 serán cruciales, allí se juega el futuro del progresismo.

La moral progresista tiene que tomar una decisión en el ballotage y parecería que la opción republicana de Cambiemos es la mejor alternativa para el desarrollo y consolidación del propio progresismo, incluso cuando se mantenga una firme crítica al componente económico-liberal de la coalición de centro derecha.

Los próximos cuatro años son más decisivos para el futuro de Argentina de lo que podría parecer. Lo que hagamos y dejemos de hacer en los próximos cuatro años será decisivo para el resto del Siglo XXI. Si en los próximos cuatro años la coalición Cambiemos se institucionaliza como una alternativa político-partidaria estable y competitiva en el espacio de centro-derecha; si el progresismo es capaz de construir una coalición de centro-izquierda rescatando el componente popular (no populista) del peronismo, e integrando al socialismo y otras fuerzas políticas; y si el peronismo se transforma a sí mismo en una alternativa más institucional y más republicana, bien integrándose en los espacios de centro-izquierda y centro-derecha de las respectivas coaliciones (o bien como un tercer partido capaz de articularse con una u otra coalición), entonces, y sólo entonces habremos cortado definitivamente los hilos por los cuales el jorobado controla eternamente la marioneta. De realizarse esta posibilidad, habremos construido condiciones institucionales excepcionales para comenzar a discutir un proyecto estratégico de país y políticas públicas sostenibles en el largo plazo.

Lo anterior no es una predicción ni una necesidad: es una alternativa posible. Nos compete a nosotros, hermanos de nuestra tierra patria llamada Argentina, trabajar por construir el futuro que deseamos.



Leonardo G. Rodríguez Zoya
leonardo.rzoya [at] gmail.com
26/10/2015





[1] Estas notas pretenden contribuir a reflexionar sobre el nuevo escenario político generado a partir de la elección presidencial de Argentina en 2015. 





2 comentarios:

  1. Mientras tu supuesta marioneta populista, incluía a millones de adultos mayores al sistema previsional, recuperaba recursos estratégicos para el estado como energía, comunicaciones, transporte, y nos sacaba de encima el tutelaje de FMI y el Banco mundial. La supuesta opción mas republicana creaba una policía para espiar opositores, reprimia a los trabajadores de borda, subejecutaba los presupuestos de salud y educación. Ejecutaba políticas de maquillaje y triplicaba la deuda de la ciudad. La idea de que cuanto peor mejor ha llevado a la izquierda a cometer los peores errores. MACRI ES RETROCEDER. Cuando se levantan los aranceles a la importación y las fabricas reducen personal, personas reales pasan necesidades reales.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Gaby, que alegría reencontrarnos por este medio luego de tantos años. Me acuerdo cuando estábamos en la secundaria y jugábamos a fundar un partido político. Qué épocas aquellas! Es una alegría reencontrarnos en el terreno del debate político y el intercambio de ideas. Respeto mucho tu opinión querido amigo pero no la comparto en absoluto.

      Creo que hoy es más necesario que nunca una crítica constructiva, reflexiva, humilde e inteligente al populismo: cómo lógica de construcción y acumulación de poder; cómo concepción de la política y la democracia; y cómo lógica de pensamiento. Eso es lo que intenta la reflexión planteada allí.

      El populismo como lógica de pensamiento opera construyendo dicotomías burdas y simplificadoras que obturan la auto-crítica y la reflexión constructiva. Toda crítica al populismo significa la opresión y el sojuzgamiento del pueblo. Pero esto es una falsa premisa. Criticar al populismo no es ser ni anti-patria ni pro-buitres, ni abrazar ciegamente el mercado ni hambrear al pueblo. Pero desde el modo populista de pensar, cualquier crítica que se le oponga es reducida en el límite al anti-pueblo. Hay que distinguir entre “el populismo” y “lo popular”. El populismo cree que es el único y verdadero intérprete de los intereses del pueblo, de la patria y de la nación. Por eso, en el límite el populismo es dogmático e irreflexivo: una teología política en base a la cual no podemos construir una comunidad de destino en donde podamos construir el futuro a partir de una pluralidad de voces.

      Puede haber “políticas populares no populistas”. Esto es lo que hay que construir pero no es lo que cabe en la racionalidad populista.

      El populismo desprecia la república y allí está el riesgo de su degeneración autoritaria. Cuando la República es destruida y el Estado colonizado, ya no hay quien defienda a los ciudadanos (incluso a los más humildes!) de los abusos del Estado. He ahí querido amigo porque quienes nunca hemos dejado de soñar con la emancipación humana y con terminar con la opresión del hombre por el hombre, tenemos que defender siempre una República Democrática y no una Democracia Populista.


      La República Democrática no es un fin en sí mismo, son las condiciones mínimas para organizar la unidad en la diversidad de voces y opiniones y luchar por los ideales humanistas, emancipatorios y progresistas que deseamos.

      Entiendo que la República es un concepto demasiado abstracto que nos cuesta valorar: ¿dónde está la República? ¿Cuál es su realidad tangible? La experiencia republicana argentina es más débil aún que nuestra frágil y reciente experiencia democrática.

      La República es como el amor, la valoramos cuando la perdemos. Regenerar la República es regenerar la fraternidad ciudadana, el amor cívico por convivir y respetar al que piensa diferente.

      Eliminar