Reemplácese la palabra
“materialismo histórico” por “kirchnerismo” y la analogía tiene plena vigencia.
No porque este último se asemeje ideológicamente al primero, sino más bien
porque en la concepción populista de poder, “la marioneta” (el líder –CFK-, el
pueblo –la verdadera patria- y el movimiento –el FPV-) deben ganar todo el
tiempo. Las lágrimas en el bunker de Scioli expresan el carácter dramático de
los acontecimientos. Si la derrota electoral se viste de tragedia es porque en
el populismo las categorías de “vencedor/vencido”, “amigo/enemigo”,
“nosotros/ellos” son las grillas de inteligibilidad de una forma particular de
comprender la democracia, la política y el poder en la cual el otro es alguien
a derrotar que no merece nuestro respeto porque es el enemigo que atenta contra
los verdaderos intereses del pueblo, de la nación y de la patria de la cual “la
marioneta” es el verdadero representante y único intérprete.
Ayer la marioneta fue derrotada
democráticamente porque no ganó en primera vuelta. Para el populismo y sus
epígonos esto es un hecho trágico, y lo sería todavía más perder el ballotage,
porque no hay lugar para la derrota. Desde su propia concepción de poder y de
política la marioneta se encuentra ahora del otro lado de la dicotomía y ocupa
el lugar del “ellos”, del “vencido”, del “enemigo”, y por lo tanto de todo lo
que se opone a la patria, a la nación y al pueblo. En el populismo la derrota
siempre corresponde al otro pero ahora ellos son el otro. Las lágrimas
desconsoladas simbolizan el carácter trascendental que tiene una derrota
electoral en el mundo político del populismo.
Hay que escapar del tremendismo
trágico del populismo. Una evidencia se impone, la lógica política populista es
una máquina eficiente para construir poder y conservarlo pero difícilmente
puede germinar ahí la fraternidad – que junto con la igualdad y libertad- son
los ideales al que ninguna comunidad política puede renunciar. La fraternidad no
tiene que ver con eliminar las contradicciones de una sociedad – lo cual es
imposible- y pretender lograr un entendimiento monolítico y sin fisuras –lo
cual es un empobrecimiento del intelecto y de la vida en comunidad-; más bien
la fraternidad tiene que ver con el hecho de estar juntos en esta tierra que es
nuestra patria llamada Argentina. No es el paraíso prometido ni el infierno
anunciado, es el lugar donde tenemos que aprender a organizar las diferencias
para construir una comunidad de destino y darle sentido al futuro deseado. La
fraternidad es unidad en la diversidad. El populismo es unidad sin fraternidad,
una unidad unidimensional en la que la diferencia tiene que ser sometida y la
diversidad disciplinada para construir una voluntad hegemónica: un Leviatán a
partir de una mayoría de votos. La democracia populista encarna el riesgo
visionario de Tocqueville: la tiranía de las mayorías. No hay lugar para la
diferencia. El que piensa distinto es un otro a someter o un otro a despreciar.
En el populismo el otro diferente es un ciudadano que sufre el ostracismo en su
propia polis: los Qom en la avenida 9 de Julio.
La marioneta, organizadora hasta
ayer de nuestra vida política, está herida y esto genera angustia e
incertidumbre ¿Cómo será nuestro futuro si gana Macri en la segunda vuelta y
cómo será si, tal como Pinocho mal herido, la marioneta agonizante sobrevive y
Scioli triunfa?
La ciudadanía, el periodismo y la
dirigencia política argentina parecen estar atrapadas en el juego del lenguaje
de la marioneta, es decir, en las categorías de inteligibilidad que propone el
discurso del peronismo populista kirchnerista. En este juego, Macri ocupa
perfectamente el lugar de la demoníaca derecha, del neoliberalismo, del
mercado, del gorilismo anti-pueblo. Categorías demasiado simplificadoras para
reflexionar sobre la complejidad de nuestra Argentina en las cuales nuestro
sentido común parece estar engrilletado.
Si queremos imaginar un nuevo
futuro para nuestro país necesitamos cambiar las categorías de nuestro
pensamiento, es decir, inventar un juego del lenguaje distinto al que propone
la marioneta. Lamentablemente, en la última década buena parte de los llamados
intelectuales progresistas, pensadores críticos y académicos de las ciencias
sociales estuvimos haciendo otra cosa: muchos aplaudiendo, otros en silencio,
por miedo, indiferencia o comodidad. Si había incomodidad y crítica no pasaba
de una charla de café. En muchas Universidades no sólo se generó un fiel gremio
de aplaudidores convencidos sino que se trabajó activamente por ampliar y
legitimar el juego de lenguaje de la marioneta y expandir su horizonte
discursivo.
Una minoría quizás demasiado
pequeña e invisible trabajó para crear ese nuevo lenguaje que hoy tanto
necesitamos para reconstruir el pensamiento político argentino. Esa es la
angustia que le genera al pensamiento la derrota de la marioneta y un eventual
triunfo de Macri en segunda vuelta. Nos faltan categorías para pensar el futuro
y trascender las dicotomías de vencedor/vencido; pueblo/anti-pueblo;
peronismo/anti-peronismo; estado/mercado; izquierda/derecha;
populismo/neoliberalismo; capitalismo/socialismo. Nuestra mente habita ese viejo
juego del lenguaje. La dificultad de crear un nuevo lenguaje no es sólo una
dificultad propia de Argentina, expresa la crisis intelectual de nuestro
tiempo. No sólo la marioneta está herida, también lo está nuestro pensamiento.
Reconstruir la República y regenerar el pensamiento son desafíos cruciales para
el futuro que comienza a construirse y será decisivo para los próximos cien
años de la Argentina. Desafíos demasiados intangibles para ser valorados en su plena
importancia.
Si Macri le gana a Scioli en el
ballotage no sólo la marioneta habrá sido derrotada, sino que al mismo tiempo
se habrán roto los espejos que ocultaban al jorobado debajo de la mesa y éste
será obligado a dejar su cómodo lugar de artífice invisible del futuro. El
triunfo de Vidal en la provincia de Buenos Aires y la derrota de los así
llamados barones del conurbano indican que algunos espejos ya están
resquebrajados. La Argentina se encuentra ante una oportunidad histórica
inédita en términos de reconstrucción de instituciones en una era pos-populista:
que el jorobado disfrazado de peronismo salga de abajo de la mesa y se siente a
jugar el ajedrez de la Democracia y respetar las reglas de la República: sin
espejos ni marionetas. La idea de un peronismo pos-populista, democrático y republicano
no es una necesidad histórica, sino una alternativa posible entre otras. Su
realización es uno de los principales desafíos políticos de los próximos cuatro
años.
En definitiva, la pregunta es qué
hará el peronismo que ha probado su enorme capacidad de transformación y
adaptación luego de la muerte de Perón. Desde 1983 hemos visto tres peronismos:
la marioneta populista-neoliberal en su versión menemista; la marioneta
populista-antiliberal, en su versión kirchnerista y la marioneta que siempre debe
ganar, la de la oposición de Alfonsín y de los saqueos de 2001. La inquietud
para nuestro futuro es si puede emerger un peronismo auto-crítico y reflexivo
que incluso por su propio sentido de supervivencia interprete los nuevos
tiempos. Se trataría de un peronismo republicano capaz de ser una oposición
inteligente y responsable. Para esto el peronismo debería aceptar y aprender a
ser un jugador más y dejar de ser la marioneta que siempre debe ganar.
La emergencia de este nuevo
peronismo depende de tres cosas fundamentales: de las relaciones de poder
dentro del campo peronista entre el Frente Renovador liderado por Massa, el
peronismo clásico y el resabio del kirchnerismo. Dependerá también de la
capacidad que tengan los actores políticos del arco no peronista (el PRO, la
UCR, la izquierda, el progresismo, la coalición cívica, el socialismo y el
resto del as fuerzas) para desarrollar un juego estratégico que condicione la
adaptación del peronismo hacia una institucionalización más partidaria.
Finalmente, de la construcción de una demanda ciudadana que exija al peronismo
comportarse como un partido más. La emergencia de esta cuarta forma histórica
de peronismo republicano sería una condición de posibilidad para que un
eventual gobierno de Cambiemos complete los cuatro años de mandato presidencial
hasta 2019. Sería un hecho inédito desde 1983 que fortalecería nuestra
experiencia democrática y republicana.
Hay algo irremediablemente
incómodo en esta coyuntura histórica para quienes se identifican con el
progresismo y la centro-izquierda, una identidad política que puede definirse
como democrática y republicana, igualitarista y no populista, políticamente
liberal (defensa de las libertades individuales y del abuso de poder del
Estado) y crítica del liberalismo económico. El progresismo así definido ha sido
el principal derrotado de la contienda de ayer. Su derrota quedó eclipsada ante
el escenario de segunda vuelta y la exigua diferencia entre Macri y Scioli. La
derrota progresista, anticipada en la implosión de UNEN, no tiene el dramatismo
de las lágrimas populistas en el bunker sciolista pero duele y mucho. La moral
progresista está atrapada en una paradoja ingrata, debe elegir entre la Escila
del resabio populista-kirchnerista representada por Scioli o la Caribdis del
republicanismo y liberalismo económico encarnada en la coalición Cambiemos. El
progresismo comparte con la matriz populista-peronista el ideal de justicia
social y de redistribución del ingreso pero se aleja irremediablemente de ellos
por la vocación no republicana del populismo. El progresismo se acerca a la
colación Cambiemos en su aspecto republicano: defensa de la constitución e
independencia de poderes -banderas históricas de la UCR- transparencia y
honestidad -presentes en los valores de la Coalición Cívica-; y se aleja
irremediablemente en el componente económico-liberal encarnado por el PRO.
Esta crisis del progresismo no se
resume ni se reduce al fracaso de UNEN y la imposibilidad o incapacidad de
construir una coalición electoral competitiva de centro-izquierda como
alternativa de gobierno. Margarita es el quijote solitario que mantiene encendida
una llama de esperanza en un viento huracanado agitado por el populismo y el
liberalismo. La crisis del progresismo es una expresión de la crisis de
pensamiento que atraviesa la civilización occidental. La afirmación puede
parecer exagerada pero no lo es. No existe hoy una alternativa conceptual al
populismo y al neoliberalismo. No existe un lenguaje ni un vocabulario para
expresar esa tercera vía. Al socialismo le gustaría ocupar ese lugar pero no lo
logra, no sólo en Argentina sino también en el mundo. La social democracia
europea defiende como puede lo que queda del Estado de Bienestar. El nuevo
socialismo del siglo XXI produce en América Latina una nueva barbarie en nombre
de la revolución y la emancipación, de la cual todas las democracias populistas
del continente han sido cómplices por su silencio.
La construcción de una
alternativa intelectual, política y cultural al populismo y al neoliberalismo
es el mayor desafío de nuestro tiempo. En este contexto, el progresismo es el
nombre de una posibilidad que aún no existe pero que tenemos la responsabilidad
de construir. No hay ni una filosofía política ni un movimiento político que
exprese hoy la alternativa al populismo y al neoliberalismo. El progresismo es
el nombre de un espacio de convergencia posible entre intelectuales críticos y
dirigentes de centro-izquierda del socialismo, del radicalismo y del peronismo.
Compete al progresismo construir en el terreno político e intelectual un nuevo
lenguaje alternativo al populismo-peronista y al liberalismo económico, como
grilla de inteligibilidad de nuestro presente y construcción de un futuro
deseable.
Las ciencias sociales tienen una
enorme responsabilidad política y moral en este trabajo, aunque daría la
impresión que buena parte de ellas podría continuar demasiado entretenida con
un trabajo de carpintería lingüística: reparar la dañada marioneta del kirchnerismo-populista.
A las así llamadas ciencias sociales críticas y al intelectual progresista le
ha costado una enormidad ejercer una crítica a los discursos que se revindican
del pueblo, la revolución y la emancipación. Así, el pensamiento intelectual progresista
ha quedado atrapado por decisión, incapacidad o comodidad en el juego del
lenguaje del populismo, al cual ha nutrido y alimentado.
Los próximos 25 años serán
cruciales para desarrollar un trabajo de construcción intelectual y política de
una alternativa al populismo y al neoliberalismo. Cabe recordar que al
neoliberalismo le costó más de 30 años convertirse en una alternativa de poder
y hoy ejerce la hegemonía del sentido común en buenas partes del mundo. El
neoliberalismo surgió en condiciones adversas y marginales: se gestó en el
período de entre guerras con el coloquio Walter Lippmann en la década de 1930 en
una época donde los totalitarismos Nazi y Soviético ejercían su hegemonía;
luego se desarrolló como un proyecto intelectual y político-filosófico sistemático
desde 1947 con la creación de la sociedad Mont Pelerin liderada por Von Hayek.
Su maduración intelectual sucedió en la época de oro del capitalismo y del
Estado de Bienestar: desde la posguerra hasta 1973. En ese momento, ser
neoliberal era ser marginal. En el esplendor del capitalismo social nadie le
hubiera dados chances de sobrevivir al neoliberalismo. Sin embargo, sucedió lo
improbable, logró influir en los gobiernos de Pinochet en Chile (posiblemente
el primer gobierno neoliberal de la historia) y luego en el de Thatcher en
Inglaterra (1979) y Regan en Estados Unidos (1981). En la década de 1990 se
hizo hegemonía política, económica y cultural, estimulada por el colapso de la
Unión Soviética y la disolución del último gran relato de la Modernidad.
Si el totalitarismo y el Estado
de Bienestar eran condiciones adversas para el desarrollo del neoliberalismo,
hoy vivimos una situación similar. El populismo y el liberalismo económico son
condiciones adversas para el desarrollo del progresismo. Allí se cierne nuestro
más bello desafío, la capacidad de imaginar creativamente lo que aún no existe
y trabajar de modo apasionado y estratégico para construirlo.
Es por esta razón que la moral
progresista debería quitarle dramatismo a un eventual triunfo de Macri en las
elecciones. Más aún, su triunfo puede constituir para el progresismo una
oportunidad política sin precedentes en la historia de la Argentina reciente:
construir una coalición de centro-izquierda competitiva para las elecciones
presidenciales de 2019 teniendo como meta intermedia las legislativas de 2017. Es
un escenario improbable pero posible. Ayer era aún más improbable que hoy ante
un eventual triunfo de la marioneta-populista en primera vuelta. Eso no
sucedió. El triunfo de Cambiemos en el ballotage brindan condiciones más
favorables para afianzar el componente republicano de la democracia, vencer a
la marioneta-populista, institucionalizar al peronismo como alternativa
republicana de poder. No son cuestiones menores sino políticamente
significativas y la moral progresista debería valorar el desbloqueo de estas
condiciones de posibilidad inéditas.
En este contexto hay que
reconocer una virtud política de Mauricio Macri: en la década de la implosión
del sistema de partidos post-2001, con el colapso del radicalismo como
alternativa de poder y el ascenso del populismo kirchernista como voluntad
hegemónica, el PRO supo construir un partido que hoy, aliado con otras fuerzas,
constituyó una coalición electoral competitiva capaz de ganar las elecciones y
acceder al gobierno. Es algo loable y meritorio, difícil de imaginar hasta hace
muy poco tiempo y que es necesario reconocer y valorar incluso cuando
critiquemos la sustancia de su ideología. Evidentemente, la coalición Cambiemos
se ubica en un espacio de centro derecha pero no por ello son los enemigos de
la nación y los verdugos del pueblo. Nuestro sentido común tiene que salir de
ese lugar cómodo y simplificador.
Además, el progresismo no debería
infra valorar un hecho crucial: hay una diferencia sustantiva entre ser
oposición en una democracia populista y en una democracia republicana y
liberal. Si Cambiemos gana el ballotage, Argentina constituirá una novedad en
América Latina en el siglo XXI: se habrá derrotado al populismo por vía
democrática y se abre la oportunidad de regenerar la República.
En los próximos años no debemos
olvidarnos de algo: la República Democrática no es un fin en sí mismo pero son
las condiciones mínimas para construir la unidad en la diversidad. Sólo con la
República y la Democracia no se come, no se educa ni se cura, pero República y
Democracia es el marco mínimo para discutir y construir cómo queremos comer, educarnos
y ser curados. La República Democrática es el único medio que disponemos para
luchar por la libertad, la igualdad y la fraternidad de nuestra comunidad
política. El populismo es una lógica política que no garantiza esas condiciones
mínimas, porque no respeta la diversidad y la diferencia. Por eso,
sencillamente por eso, es mejor una república que ninguna república.
La idea que Macri es la
reencarnación de Menem es una caricatura del viejo juego del lenguaje
populista. La imagen de Macri como personificación de la nueva derecha
neo-liberal, cipaya y privatizadora es burda y simplificadora, conviene a
Scioli y hubiese convenido a Massa pero no forma parte ya de nuestro presente.
No parece haber hoy espacio para eso. Sencillamente porque 2015 no es 1990 y el
neoliberalismo no está en su esplendor como en la época dorada del Consenso de
Washington. Macri no recibe un cheque en blanco como si recibió Cristina en
2011. Para ser más exactos, Cambios se ubica en un espacio ideológico de centro
derecha y propone una República liberal. Dentro de la coalición, el PRO expresa
más bien una racionalidad tecnocrática desarrollista con una vocación de contacto
directo con la ciudadanía en el nivel de la micro-política. El fantasma del
menemismo es un espectro que no existe. Además, Cambiemos no tendrá una mayoría
absoluta para imponer una voluntad hegemónica. La sinfonía del monólogo populista
es reemplazada por el diálogo republicano en el cual habrá que construir
consensos. Las legislativas del 2017 serán cruciales, allí se juega el futuro
del progresismo.
La moral progresista tiene que
tomar una decisión en el ballotage y parecería que la opción republicana de
Cambiemos es la mejor alternativa para el desarrollo y consolidación del propio
progresismo, incluso cuando se mantenga una firme crítica al componente
económico-liberal de la coalición de centro derecha.
Los próximos cuatro años son más
decisivos para el futuro de Argentina de lo que podría parecer. Lo que hagamos
y dejemos de hacer en los próximos cuatro años será decisivo para el resto del
Siglo XXI. Si en los próximos cuatro años la coalición Cambiemos se
institucionaliza como una alternativa político-partidaria estable y competitiva
en el espacio de centro-derecha; si el progresismo es capaz de construir una
coalición de centro-izquierda rescatando el componente popular (no populista)
del peronismo, e integrando al socialismo y otras fuerzas políticas; y si el
peronismo se transforma a sí mismo en una alternativa más institucional y más
republicana, bien integrándose en los espacios de centro-izquierda y
centro-derecha de las respectivas coaliciones (o bien como un tercer partido
capaz de articularse con una u otra coalición), entonces, y sólo entonces
habremos cortado definitivamente los hilos por los cuales el jorobado controla
eternamente la marioneta. De realizarse esta posibilidad, habremos construido
condiciones institucionales excepcionales para comenzar a discutir un proyecto
estratégico de país y políticas públicas sostenibles en el largo plazo.
Lo anterior no es una predicción
ni una necesidad: es una alternativa posible. Nos compete a nosotros, hermanos
de nuestra tierra patria llamada Argentina, trabajar por construir el futuro
que deseamos.