martes, 3 de noviembre de 2015

Crónica política de la clase de un politólogo en la Facultad de Exactas

Crónica política de la clase de un politólogo en la Facultad de Exactas

Hoy di mi primera clase como profesor invitado en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Algo bastante extraño para un politólogo-sociólogo de formación, con intereses diversos.

El tema propuesto era el uso de modelos de simulación computacional para estudiar problemas complejos concretos del desarrollo social, político, económico, humano y ambiental.

La idea general que quería ilustrar era muy simple: investigar problemas complejos requiere de la cooperación y articulación entre disciplinas, es decir, de la investigación interdisciplinaria.

La idea del curso puede resumirse en una idea muy básica. Ni bien comenzó la clase aclaré mi propósito. Mi objetivo no era enseñarles nada, en el sentido usual del término, no quería trasmitirles el contenido de ningún conocimiento. Simplemente, lo que quería, era dejar planteado un conjunto de interrogantes que los investigadores tienen que hacerse a sí mismos cuando hacen ciencia. Una invitación simplemente a pensarnos a nosotros mismos, a pensar como pensamos. La caja de herramientas del investigador no está hecha sólo de “métodos” –en el sentido usual de la palabra-, es decir, de técnicas con las que producir y analizar datos. El principal capital de un investigador es su aptitud para formular preguntas y para cuestionarse a sí mismo. Cuando el científico deja de cuestionarse a sí mismo ya no merece el nombre de científico y pasa a ser un “cientificista”.

Resumiendo: lo más importante en la ciencia es igual a la vida cotidiana de todos los días: conjugar la observación con la auto-observación. Ser capaces de pensarnos a nosotros mismos para integrar el punto de vista del otro. Fácil de enunciar, difícil de hacer.

Como se darán cuenta, es análogo a lo que vengo diciendo respecto al modo de pensamiento argentino como incapacidad o dificultad para ejercer la auto-crítica e incluir el punto de vista de los demás. Esta forma degradada de pensamiento se ha profundizado en los últimos diez años hasta límites insospechados, tanto en la sociedad como en la academia. He ahí la tragedia.

La ciencia y la sociedad o, mejor dicho, los científicos y los ciudadanos adolecemos del mismo problema: una enorme pobreza para pensarnos a nosotros mismos y pensar al otro.

La interdisciplina es a la ciencia, lo que el diálogo es a la vida cotidiana: un esfuerzo de comprendernos. Eso es lo que tenemos que recuperar si queremos hacer una ciencia diferente y un país diferente.

Para mi sorpresa, la clase tuvo lugar en el Laboratorio “Alan Turing”, el inventor de la computación moderna y de la máquina Enigma para descifrar el código alemán durante la Segunda Guerra Mundial. La película es buena, se las recomiendo. La metáfora no podría ser más perfecta. De eso se trata, de construir entre todos una suerte de máquina enigma para tratar de entender lo que el otro tiene para decirnos.

Todo esto sucedió en el Pabellón I de la Facultad bautizado con el nombre de “Rolando García” hace unos años. Rolando fue un científico de la edad de oro de la ciencia argentina, entre otras cosas fue el Decano de la Facultad de Exactas y Naturales de la UBA entre 1958 y 1966 hasta la noche de los bastones largos. Como Decano, Rolando construyó Ciudad Universitaria, es decir, el mismo edificio donde yo pronunciaba mi clase inspirado en sus ideas y sus pensamientos, los de Piaget, los de Oscar Varsavsky y los de tantos otros.

Coincidencias que dejan ver el modo en que nuestro pensamiento constituye la realidad al tiempo que es constituido por esta. No hay una “realidad” por un lado y un “pensamiento” por el otro. Cambiar la realidad es, en parte, aprender a pensar de otro modo. Ese es el desafío que tenemos por delante.

Un abrazo,
Leonardo








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